20.8.06

Ella & Yo


Sí. Tuve el placer de conocer a aquella mujer. Nunca imaginé que pudiera ser así. A veces pienso que ni ella misma lo sabía. Al igual que a mi, creo que su alma cada día le sorprendía. Parecía imposible la idea de amar sin medidas y querer a morir más y más cada día. La idea se deshizo, pasó a ser un hecho. Daba miedo oírla hablar de sentimientos. Su voz los hacía más fuertes cuando los dejaba acariciar por el aire, como si al decirlos a los cuatro vientos salieran de la cárcel del alma convertidos en suspiros pasajeros. Era inexplicable. Cuando en silencio la escuchaba la admiraba. En realidad me hacia pensar que nadie podría querer de aquella misma manera como ella era capaz de hacer. Habría dado todo por parar el tiempo, por engañar a aquel reloj de arena. Ella lo engañaba, sabía detener el tiempo y transmitir la sensación de haberlo hecho. Soñaba su realidad de día y la velaba en cada una de sus noches. Cuando dormía en su compañía no cogía mejor sueño que el sentirla. Apenas dormía, le miraba con la creencia de que si desviaba la mirada todo se podría desquebrajar en cuestión de segundos. Ella decía que jamás podría sentir nada igual. Yo la creía. No le faltó detalle, ni el respeto de los grandes. Regaló rima, estrofa y verso. Todo era poco y nada era suficiente. Demostraba su amor, sentía celos y siempre izó la bandera de la libertad y mientras la veía ondear sonreía y sus ojos brillaban, sintiendo la satisfacción de haber realizado la mayor de sus conquistas en tierra prohibida. Era reservada aunque siempre demostraba cuánto sentía con hechos y vocablos apropiados. Nunca supo si acertados. Según decía habría tenido que inventarlos para poder aproximarse a todos aquellos encantos. Fue sencilla, respetuosa y ante todo fiel hasta a sus pensamientos. Sabía lo que quería. Su presente dejó de ser la eternidad que siempre soñó. Por más que luchó ella se alejó aunque siempre lo negó. Combatía en la cercanía y también lejanía. Nunca descansaba, jamás se rendía. Todos sabían que pese al sello de sus labios el eco del silencio lo decía, la quería. El brillo en su mirada se fue apagando, su sonrisa escondiendo, su corazón encogiendo, su silueta desapareciendo y su voz desvaneciendo. Los recuerdos la invadieron, se posaron en sus adentros y allí anidaron. Tenía gente de su lado, personas que le tendían su mano pero de nada le servían, ya no las veía. Sus pasos se perdieron en aquel camino sin destino, alejándose en el olvido de la mano de Cupido. Pese a no haberla vuelto a ver confieso que la extraño. Si cierro los ojos la siento tan cerca que pienso que al abrirlos volvería a verla. Recuerdo también su sufrir en aquel sentir pero la conozco y ella jamás se arrepentiría de haberla amado como a la que más. No le importaría que le arrastrase la corriente porque para ella era mejor eso que vivir para siempre sin tenerla. Gracias a aquella mujer aprendí a reír, a llorar, a dar y a amar. Le debo todo. No podré olvidar lo sentido, lo vivido, lo escrito en mi libro. Siempre la tendré tan presente como si esa mujer viviera en mi, como si tuviera un nombre y apellido, los míos.

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