Hace unos días, algo como esto escribí:
“Ella era como el Viento, girando sin rumbo y sin un fijo paradero. Él como una sugerente Veleta, seguro de si mismo, de cuanto hacia o dirigía. Sus aires empezaron a moldearse poco a poco al antojo de ésta. Ella, y quizás, él también, olvidó que ante el tiempo toda lucha es vana y el anticiclón llegó y arrasó con todo. Veleta quedó pendiente del tejado y del Viento fácilmente se escuchaban sus lamentos. Después de mucho tiempo, Viento sintió el olor de la esbelta Veleta. Aquella sensación era tan importante para él, tan especial, tanto que lo era todo. No podía creerlo, Viento había intentado mil travesuras por saber de aquella Veleta y creía que todas sus hazañas se convertían en fracaso. La Veleta aun resentida por los desaires de Viento, quiso disimular que había estado pendiente de sus movimientos porque nunca le había dejado de mirar. Fue tal su reencuentro que hasta el mismo cielo comenzó a llorar. Desde entonces Veleta y Viento no se han vuelto a separar. Viento muere por ser Veleta y por dirigir su propio destino. Mientras que Veleta le pide volver a ser tan libre como siempre lo fue. Viento acepta su decisión, pero quiere pensar que algo debe haber que les unirá para siempre. Y es que el tiempo lo es todo y ante él solo podemos sentarnos a esperar o armarnos de valor y luchar. En cualquier caso nadie conoce ni su triste ni su bonito final. Tan sólo se sabe que quien no arriesga jamás gana. En nombre de Viento os digo que intentará triunfar pues ella tiene claro que quiere ganar. Ya no es consuelo lo de perder siempre sin querer”.
En este día, el sol empieza a salir… Mi vida comienza a sonreír.